sábado, 29 de mayo de 2010

Meditación


Una brisa dulzona se acerca para perfumar la sonrisa.


Una música instrumental  dejaba escuchar entre sones el agua que corre, el trino de aves juguetonas, algún grillo… y llegaba hasta mi olfato un aroma de sándalo dulce a través de pequeños bucles de humo que danzaban en el salón. Registré entonces una voz clara, serena y muy apacible…”nos conectamos con nuestro cuerpo, nos entregamos al poder de la fuerza de gravedad y relajamos los dedos de los pies, las plantas, los empeines  los tobillos . . .”. Se olvidó las uñas, sobre todo la del dedo gordo que está encarnada; y de los sabañones rojos, hinchados y me pican, entre los dedos, debajo de los dedos, en el borde de la cutícula y debajo de las uñas y me duelen si los toco o si el calzado. . .
“Llevamos nuestra atención al abdomen donde se halla el plexo, centro en el que se acumulan . . . Ya sé, se acumula todo lo que como, lo que pienso comer, lo que me gustaría comer y lo que no quiero comer pero que como igual. Cada vez  la grasa se multiplica más y me sorprende con un pliego nuevo, y al ponerme el jeen, ese  salvavidas adiposo sube, me ahoga, me tortura, se bambolea hacia izquierda o derecha según mi postura y presiona para que lo deje suelto. ¡Ah sí!¡ cómo si fuera tan estético.
“Dejamos que los pensamientos fluyan sin detenerse; nuestra mente se calma, se aquieta . . .” La mente suya porque mis pensamientos me golpean, me atropellan, me despatarran y cada palabra suya me sugiere por lo menos diez opciones diferentes.
 “Hacemos una revisión de nuestro cuerpo y distendemos algún miembro u órgano que haya quedado tensionado para disfrutar en silencio absoluto de una relajación consciente. . .” ¿Cómo, ya vamos a entrar en la meditación y yo todavía ni empiezo a relajarme? A ver, intentaré concentrarme: aflojo las piernas, la columna vertebral, el tórax, los brazos, los músculos de. . .la . . .  cara. . . , los pulmo. . .nes, el coraz. . . ssshh. . .  ssshhh. . . sssshhh. . .

_¡Juanita! ¡Juanita!.Despertá, la relajación terminó.
_ ¡Oh, me dormí otra vez! Es que su voz me  transporta a la contemplación  apenas la escucho.

sábado, 22 de mayo de 2010

El campanario


Estaba yo en el campanario de la Iglesia de Santa Eulalia mirando las nubes crecer desde las casas del pueblo, cuando lo vi llegar. Estaba exhausto después de haber subido los 444 escalones. Me mantuve estática en mi lugar de observación y él no reparó en mí.
Sentado con la espalda apoyada  en la pared baja del mirador, recobraba el aliento. No parecía un turista ávido de la emoción visual del paisaje; sino, un sujeto abatido y hasta creí ver gotas de cristal que descendían sin prisa por sus mejillas ajadas, o quizás  era una manifestación de fatiga por el esfuerzo de la subida.
Yo trataba de hacerme invisible. El aspecto del hombre me inspiraba temor y a la vez, un fuerte sentimiento de conmiseración.
Lo vi levantarse con mucho esfuerzo y tambaleante se encaramó a la abertura del campanario. Lo vi abrir los brazos en cruz y adiviné que tenía intenciones de volar. Decidí acompañarlo y juntos nos lanzamos al vacío; mas, como vieja paloma de campanario, rápidamente comprendí que él no había practicado lo suficiente porque un césped tibio y blando lo abrazó con amor y hasta le regaló rojas amapolas que florecieron en el mismo momento de su caída. Qué extraño… no es época de amapolas.

martes, 11 de mayo de 2010

El cofre de los recuerdos

La brisa de otoño sopla para acercarnos un breve cuento.



Estoy atrapado aquí, como si estuviera metido en una red de pescadores. No puedo moverme. A mi alrededor  descansan miles de objetos: un anillo de mujer, botones, una goma de borrar, aros y pulseras, una rosa disecada (esa rosa me parece familiar), una carta manuscrita (a esa letra también la conozco), postales de distintos países y hasta rodajas de naranjas secas que envuelven toda esta pequeña atmósfera. Este rincón parece muy femenino y creo que estoy encerrado en  un cofre donde se guardan los recuerdos. ¿Cómo vine a parar a este encierro? Si yo amo el aire libre, el mar, las nubes, siempre me imaginé volando junto a esas  pomposas viajeras del cielo.
Acabo de atisbar una claridad desde mi reducido lecho. ¿Estaré soñando y ahora empiezo a despertar?
¿Quién es? ¿Qué busca? Parece que no me oye. . . y esas manos urgentes que penetran, toman, revuelven, separan, hurgan más profundamente y… ahora extraen una postal  de Aruba. La reconozco porque en mis viajes marítimos, escalábamos allí y yo disfrutaba de esas franjas de agua color turquesa y me sentía besado por el sol y la brisa suave; y además porque en ella viví un gran amor. Se llamaba Samanta, hermosa joven nativa, esbelta y cimbreante, su piel desprendía un aroma cítrico y fresco, era como estar cerca de un naranjal. Quedé en volver a buscarla pero aquel naufragio…
¡Caramba! ¡Me mareo! Las manos busconas me alzan. ¡Soy una fotografía, tan sólo eso! Y subo hasta unos ojos de miel, profundos que me miran con dulzura y tristeza; y un fuerte aroma a naranjas se enreda en los hilos de esta red que me aprieta dentro de este retrato.
Si, es ella, es mi querida Samanta  que acaba de rescatarme del cofre de los recuerdos.

sábado, 1 de mayo de 2010

Misterios


 Esta vez la brisa se asoma a la naturaleza.
¿Por qué el otoño?
Y el sol presente
Y los frutos colorean
Y los días dorados
Y el abrigo que aparece
Y las aves que emigran
Y el hogar que se enciende.

¿Por qué la primavera?
Y el sol que se enciende
Y el fruto que aparece
Y los días colorean
Y el abrigo que emigra
Y las aves presentes
Y el hogar dorado.