domingo, 21 de febrero de 2010

Reflexión interior

Si estuviera  sola en una isla, me gustaría . . .

. . .  abarcar con mis ojos el espacio que me rodea; abrazar la inmensidad de un cielo traslúcido; bañarme en el agua tibia y clara y aprender a quitarme de encima todo lo efímero que acompaña al ser humano.
En ese instante me preguntaría ¿qué necesito realmente para vivir? Y empezaría a quitarme las capas que como  una cebolla envuelven mi ser. ¡Cuántas angustias por lo que no alcanzo, por lo que añoro, por lo que perdí, por los fracasos, por las carencias, por los sueños no cumplidos, por las expectativas propias no alcanzadas, por el éxito relegado. Cuántas tristezas por los cielos no conocidos, por los soles no gozados, por las compañías no encontradas;  cuánta desazón por los pasos no dados, por los caminos transitados con huellas equivocadas; cuánta soberbia por ser más alto o mejor que alguien, cuánto ego enarbolado esperando que  me quieran o que me tengan en cuenta; cuánta vanagloria por ser más joven, más experimentado o más avezado en algo.
Cuando alguien sube una escalera, cada peldaño provoca un desgaste de energía pero puede ver más lejos y más alto; la mirada es más global y por lo tanto está obligado a entender todo lo que se mira, a detectar las dificultades y ayudar a sanar aquello que se ve complicado.
La soledad de una isla me serviría para mirar las propias miserias y comprender al humano más allá de las carencias, más allá de sus limitaciones.
La soledad de una isla me ayudaría a liberarme de miedos. Un hijo de Dios  está siempre protegido para desechar todo lo superfluo; sólo se  necesitaría una túnica y unas sandalias; una caña de pescar y el corazón abierto para disfrutar de la magia natural, de la grandeza infinita,  para comprender que el sol cumple su ritual cada mañana sin quejarse, que el mar fluye y refluye sin protestar ni aburrirse, que la isla resiste el embate continuo de las olas y se mantiene a flote. Esto es una fehaciente prueba de la perseverancia. Nadie reclama ni reniega de su destino, cada uno lo cumple aceptando su condición y mandato.
Después de todo, la isla no es imprescindible mas la reflexión que en ella haría, es necesaria.

7 comentarios:

Gabriel Bevilaqua dijo...

Hermosa reflexión, Gloria; muy bien expresada.

Saludos.

Gloria dijo...

Gabriel: gracias por tu estímulo. Un abrazo

estoy_viva dijo...

Una bella refrexion, pero no hay que buscar una isla, a pesar de vivir en una gran ciudad, cuando voy a la playa, me quedo absorta mirando la maltitud del oceano quedando extasiada ya no hay nadie mas en ese instante solo yo y mi mundo interior.
Besos
Mari

Gloria dijo...

Mari:Es muy bueno aprender a conectarse con uno mismo; y tienes razón en que no hay que buscar una isla, como digo al final del texto "no es imprescindible".
Un abrazo

omar dijo...

la isla, Gloria, como metáfora del tiempo para la meditación, si bien es un lugar común por aquello de "isla - aislarse" me resultó muy bueno. No por la metáfora en sí sino por lo meditado, o meditable, en ella. A propósito, pienso al correr del cursor. . . Quizás la comunicación virtual tiene algo de isla. y ya ves, de isla en isla levantamos las señales para encontrarnos.
Omar

Gloria dijo...

Es cierto Omar, aunque nos atrincheremos en nuestra isla interior, procuramos el encuentro. No lo había pensado pero es muy buena tu reflexión.
Gracias
Un abrazo

Ana María dijo...

Es bueno aislarse, de cuando en cuando, para buscar respuestas en el interior. Y luego, poder abrirse y encontrarse con los demás. Un abrazo.