jueves, 8 de agosto de 2013

Aventuras felinas

Ráfagas tenues de una brisa sensual se asoma.

Se ovilló en el sofá y ronroneó de placer. Por fin se hallaba en casa lejos de los ruidos y riesgos que acechan y a la vez, que atraen en las escapadas nocturnas.
La penumbra cómplice arrulló su cansancio y se estiró cuan larga era  y antes  de entregarse al relax, descubrió el mordisqueo de su estómago ansioso. Con pereza  se acercó a la cocina; allí, el tazón de leche tibia aplacó su inquietud hambruna.
Volvió al sofá y ya cómoda, cerró los ojos y las imágenes se apretujaron en su memoria, y ella, indulgente, les permitió avanzar.
La luz de la luna recortaba su sombra mientras subía uno a uno los escalones de la glorieta de la plaza Las encinas y atraía las miradas de los noctámbulos con su andar sinuoso, felino y voluptuoso. Desapareció un instante en la sombra del mirador y lo vio. Él, él estaba allí y ella mimosa se acercó, se frotó contra su piel, se erizó su dermis al contacto tierno y en ambos, los ojos iluminados por la luna, brillaron de amor y deseo.
En su evocación  volvió a escuchar el alboroto violento de alguien que se acercaba aullando de indignación. La rival había descubierto el amor prohibido y subía furiosa a enfrentar la prueba del engaño. Ella preparó sus garras, mas,  quedó petrificada cuando la mujer tironeó a su marido, y mirándola con desprecio dijo: -Es una mujer gato, no vale la pena enojarse.
Volvió a arrebujarse en la tibieza del sofá algo incómoda, luego extendió sus largas piernas y pensó: -Estoy segura que en el fondo ella envidia mi habilidad para cazar y jugar con mis presas.

Bostezó y ahora sí, se durmió plácidamente.