martes, 17 de noviembre de 2009

Memorias de un broche brillante




Recuerdo que descansaba muy cómodo en mi escaparte cristalino mientras miraba un atardecer rojizo, dispuesto a incendiar el cielo, cuando las manos de Renzo, dueño de Cornery, la joyería más prestigiosa de Buenos Aire, me tomó y depositó en  un cofre de terciopelo verde, suave, mullido, elegante y muy distinguido. Al cerrarse me dormí en espera  de mi nuevo destino, pues sabía por algunas joyas que habían retornado de sus dueños a la joyería, que si te guardaban en un cofre no era para enterrarte como pasa con los humanos cuando mueren, sino para trasladarte adonde alguien se regocijará mostrándote a todo el mundo con orgullo. Es el destino de una pieza preciosa y yo me ufano de ser símbolo de belleza y poder, porque estoy confeccionado  en oro y plata con engarces en diamante y mi diseño es muy original.
¡Ay! si pudiera mirarme en el espejo creo que me enamoraría de mí! Pero ese deseo puede estar cerca. ¿Quién me lucirá? Ojalá que no sea una ricachona vieja y regordeta porque mi esplendor se opacará y pocos ojos querrán admirarme.
Realicé un viaje movido en un bolsillo amplio desde donde escuchaba los cascos de los caballos que tiraban el  carruaje. Esperé en la oscuridad de celda lujosa y hasta perfumada. Sentí que subíamos unos escalones y oí quejarse a los cerrojos de una gran puerta que le permitió el paso.
Cuando por fin pude ver la luz,  unas delicadas manos me acunaron y me acercaron a su rostro, joven, grácil, casi angelical. No podía creer mi extraordinaria suerte, mi dueña era Felicitas Guerrero.  ¡Quién no la conocía! Era la hija de don Carlos Guerrero  cuya historia se contaba en cada esquina del Buenos Aires  de 1860. La pobre niña debió casarse a los 16 años con Martín de Álzaga, treinta y cinco años mayor, por decisión de su insensato padre. Su esposo vivió diez años con ella, y aunque tuvieron dos hijos, ninguno vivió; y la ventaja es que ella quedó viuda a los 26 años y dueña de una deslumbrante  belleza y una cuantiosa fortuna.
Y parece que yo soy su amuleto de buena suerte porque se muestra muy agradecida con el joven que me compró como regalo. El joven es Samuel Saenz Valiente que, según dijo, esperaba que me luciera en la fiesta de compromiso que se realizaría esa misma noche.
¡Qué feliz estaba mi dueña! ¡Y qué maravilloso vestido color salmón con esa larga cola que se deslizaba por las escaleras con un susurro suave de sedas y encajes.
Como es de imaginar, en su pecho brillaba yo, radiante, liberando iridiscencia y distinción.
Aún era temprano para la fiesta y mientras paseábamos  por los jardines de la quinta La Noria, avisan a Felicitas que Enrique Ocampo la esperaba en la sala. Presentí que no le agradó el mensaje pues salté sobre su pecho empujado por la aceleración de sus latidos.
Y no era para menos, Ocampo era su antiguo amor que había vuelto hacía unos días de París trayéndole de regalo el vestido de novia que ella había rechazado. No obstante, Felicitas fue al encuentro de Ocampo y también, al encuentro de su destino. Ocampo ofuscado ofreció matarla y le dio a elegir entre el estoque y el revólver. Felicitas puso sus manos en el pecho, por lo tanto, no alcancé  a ver qué ocurrió pero escuché un estampido y vi brotar sangre de su hombro derecho; ella aún intentó escapar y al dar la vuelta se enreda  la cola de su vestido, cae de bruces, ahí siento que otro tiro se incrusta en su columna vertebral y luego, un último disparo.
Luego llegó familia, novio, invitados, médicos. Felicitas agonizó varias horas y falleció el 30 de enero de 1872.
Desde mi cofre al que volví después de la tragedia, escuché que también había muerto Enrique Ocampo aunque no sé si fue suicidio o forcejeo con  familiares que llegaron en auxilio.
Lo cierto es que, desde entonces descanso en esta vitrina junto a otros objetos usados por mi dueña, para que aquellos que visiten la Iglesia Santa Felicitas  conozcan un retazo más de su triste destino y tenga una pálida idea de mi aburrimiento, a pesar de ser una joya con historia.
(Relato basado en un hecho real)

6 comentarios:

estoy_viva dijo...

Nunca lo habia oido pero que bonita historia y contada por un anillo que bonita...aunque sea triste...
Con cariño
mari

Ricardo Miñana dijo...

Un poco triste, pero muy bonito tu
texto, lleno de recuerdos y sentimientos, un placer leerte.

Feliz semana
un beso
RMC

Celia Álvarez Fresno dijo...

Querida Gloria:
Qué cuento tan bonito. Me parece una historia tan tierna y triste... pienso ¿Cuántas leyendas han sido ciertas?
La realidad, supera la ficción.
Un abrazo, con mi cariño.

Gloria dijo...

Mary: Sí, es una historia de amor y tragedia. Por ello la tristeza.

RMC: Un placer que hayas visitado mi blog y que te haya interesado el texto. gracias por dejar tu comentario.

Querida Celia: Es cierto, cuántas tragedias reales superan las imaginaciones más despiertas... Gracias mil por tu visita.

Ana María dijo...

Una triste historia contada por un especial narrador que la hace muy especial. Ambos brillan.
Cariños.

Gloria dijo...

Ana: Gracias por tanta benevolencia.
Cariños