jueves, 12 de noviembre de 2009

La pérdida




¿Piensas? ¿Recuerdas? ¿Te arrepientes? ¿Sufres?
Puede que percibas todas esas emociones, mas lo que es evidente es que lloras.
Tu mano huesuda sobre la frente aprieta ese calvario que quieres detener ahí, sin dejar ningún resquicio para que prolifere y se  acreciente el dolor que generan los recuerdos.
Cierras las ventanas de tus ojos a la luz, a la realidad; niegas el presente, te hastía, por eso, lágrimas de dolor se abaten en las mejillas como racimo de hojas húmedas y mudas.
El ceño fruncido, las mandíbulas contraídas y los labios semiabiertos intentan mantener la relación con la vida que aún  duele, que siempre dolió.
 La cabeza pesa como pesó en estos cuarenta años, por eso la inclinas y la sostienes protegiéndola de la insensatez de dejarla libre sobre sus hombros para que voltee hacia uno y otro lado y aún la busque.
Ella te dejó, ¿Cuándo? ¿Ayer? ¿Hace años? ¿Cuándo? No importa, duele igual.
Ella no tuvo piedad, te abandonó cuando aún eras niño y trasponías la puerta de la escuela; la extrañaste, clamaste su nombre y ni siquiera te respondió su sonrisa. En el baile de egresados del secundario, la invocaste y hasta creíste adivinar su presencia y ella, egoísta, implacable, escondió su figura entre sedas y gasas, entre nardos y jazmines y huyó de ti.
Ella desertó y quedaste solo y aburrido todos estos años de trabajo de oficina donde tus horas se consumieron ocres, densas, tiranas, y hoy que la sigues llamando, añorando, esperando, que luchas por ganar su complacencia, que peleas por recuperar su compañía, la de los primeros años, ella te acecha desde la luz, te observa y se retira. La buscas, la encuentras entre azucenas, magnolias y mariposas danzantes, y ella te esquiva; te acercas sigiloso y la presientes a tu lado en el atardecer ambarino, junto a los trinos sinuosos en la calma de la tarde, y ella, casi sugestiva te acaricia la nuca, te ofrece dulces burbujas de ternura y calidez, pone chispas en tus ojos, acelera tu pecho y desaparece como un relámpago que se esfuma en la creciente oscuridad nocturna.
Ella “la alegría”, no quiere quedarse a compartir el tránsito  de tu vida.

Nota: Imagen de óleo “Cabeza y mano” de Guayasamín

8 comentarios:

estoy_viva dijo...

Precioso poema dedicado a la alegria, bueno en cualquier momento la tendra a su lado, solo falta que cambie de actitud ante la vida hay muchos puntos en que te puedes aferrar para traerla de nuevo a ti.
Con cariño
mari

Celia Álvarez Fresno dijo...

Un escrito precioso. Al comienzo pensaba que hablabas de la madre. Más tarde, me imaginé que no, pero... el final me ha parecido sorprendente.
Gloria, pienso que eres una gran escritora.
Un abrazo muy fuerte.

Gloria dijo...

Querida Mary: Siempre depende de un cambio de actitud. Suele decirse"Nada ha cambiado, excepto mi actitud, por eso todo ha cambiado"

Gloria dijo...

Querida Celia: Valoro muchísimo tu apreciación y me enorgullece que pases por este rincón. Gracias mil.

Soledad Arrieta dijo...

Gloria, es magnífica tu narración, hace doler el cuerpo y el alma, las imágenes, los dolores, los sentidos que despertar son increibles, excelente..
Cariños!

Gloria dijo...

Querida Sol: La ausencia de alegría duele, por ello aumenta mi autoestima tu valioso comentario.
Infinitas gracias.

Ana María dijo...

Sorprende, emociona, despierta los sentidos y el espíritu. ¡Muy bueno!
El personaje no goza de la alegría, pero la autora sí puede gozarla en el punto final de ésta y cada obra. Un abrazo.

Gloria dijo...

Querida Ana: Gracias por la fe que pones en la autora; me estimula y afianza el compromiso de no defraudar.
Un abrazo