Tengo
un secreto guardado bajo siete llaves y gracias a ello,
mi vida desborda de placeres. De los
siete pecados capitales abuso de la pereza, la lujuria, la gula y hasta del
orgullo.
Camino
la vida con botas de siete leguas: desde el primer día de la semana hasta el
séptimo, pinto las horas con todos los colores del arco iris y aunque
transcurran mis septenios, me mantengo joven, atractivo y vital.
Pueden
pasar sobre mí las siete plagas de Egipto que yo seguiré disfrutando de un
lugar en el séptimo cielo. Y no es que tenga un amuleto como puede ser una
estrella de siete puntas, o siga un método determinado de vida como los siete
principios del Kibalión. ¡No! Tampoco quiero significar con esto que tengo
siete vidas como los gatos; no soy inmortal y tal vez cuando muera me esté
esperando el cancerbero a las puertas del Hades para pasearme por los siete
infiernos del Dante.
Mas,
mientras viva gozaré de una apariencia digna de Narciso, tan bello como el
pájaro Siete cuchillos, tan delicado como las siete notas del pentagrama y tan sensual como la
danza de los siete velos.
No, no
soy una de las siete maravillas del mundo aunque el mundo debería considerarme;
tampoco soy uno de los siete enanitos, siempre jóvenes acompañando a Blanca
nieves a través de los siglos. Mi padre
es Oscar Wilde y tuvo varios inconvenientes debido a mi nacimiento, así, mi identidad ya casi está revelada, soy
Dorian Gray.
Y les
dejo este concepto de mi amigo Lord Henry Wotton: “Lo único que vale la pena en la vida es la belleza y la satisfacción
de los sentidos”, aunque, pensándolo bien, les aconsejo que no lo tengan en
cuenta.
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