La brisa melancólica se empeña en la reflexión.
“Los caminos de la vida no son lo que yo
esperaba, no son lo que yo creía, ni lo que imaginaba…” dice la canción de Vicentico.
Muchas veces los
caminos nos sorprenden al tomar atajos inesperados que dirigen nuestros pasos
hacia insospechadas metas.
El ser humano persigue
la utopía de alcanzar en algún momento
un equilibrio físico, emocional y espiritual; por eso avanza como lo grafica el
mito de Sísifo: empuja su roca montaña arriba y antes de llegar a la cima, la
roca vuelve a caer, para iniciar otro intento.
Cada recodo del camino
nos ofrece un desafío disfrazado de… ilusión?, conflicto?, experiencia?,
ausencia?, encuentro?, unión?, convivencia?, relación?, sociedad?, profesión?,
conciencia?, familia?, soledad?, ayer?, sueños?, hechos?, acciones?... y
cuantos antifaces más deseemos acomodarle.
Cada sendero es un
laberinto de espejos donde podemos visualizar los juegos manipuladores de
nuestro ego, las emociones ocultas que se detonan; es decir, podemos percibir
las dimensiones de nuestra sombra, esos aspectos oscuros que a veces
negamos y que nos suelen susurrar, hablar
y hasta gritar por medio de malestares físicos.
“Los caminos de la vida no son lo que yo
esperaba, no son lo que yo creía, ni lo que imaginaba …” ,
mas debemos aprender a recorrerlos con calzado flexible, liviano, sólido, que resista
las espinas, deseche los abrojos, espante las alimañas, que adapte nuestro paso
a los pedregales, al fango, a la roca lisa o puntiaguda, a la tierra fofa, a la
escarcha y que, además, nos alivie los tramos empinados y nos frene en las
pendientes escarpadas.
En síntesis, cada
camino de la vida que transitemos con aceptación, nos permitirá incorporar un
nuevo aprendizaje y mejoraremos el paso
en futuras sendas.