sábado, 10 de octubre de 2009

Revelación




¡He perdido mi gotita de rocío!, dice la flor al cielo del amanecer, que ha perdido todas sus estrellas.
Rabindranath Tagore (1861-1941) Filósofo y escritor indio.

Mientras recorría la vieja casona familiar, los recuerdos hacían cola para invadir el centro de mi mente.
Muchos años viviendo en el exterior. Cuando me fui, todos residían aquí: Alfonso, mi padre; Aurelia, mi madre y mi hermano Jaime.
 Hoy, después de muchas noticias de enfermedades y muertes, vuelvo a  recorrer cada uno de los rincones con los pasos de la niñez y de la adolescencia, tan clara y simple, tan completa en afectos, tan protectora.
Hoy tengo que decidir la venta de esta casa para volver a mi presente en New Jersey y siento que estoy podando  mis raíces y me contraigo como un pobre bonsái.
Los muebles de algarrobo de la cocina despiden aromas a canela y vainilla; y los sillones tienen las arrugas de las siluetas humanas de mis seres queridos.
Hoy, me parece verlos aquí, compartiendo las vivencias del día entre mates y tostadas con manteca y miel. Aunque Jaime, siempre tan retraído, sólo emitiría algunos gestos.
Las habitaciones están idénticas a la imagen de mis ensoñaciones. El cubrecama azul con rosas pálidas, el espejo de marco labrado y la mesita de luz que atrae mi atención dejando escapar una cadena de plata.
Abro el cajón tras vencer la resistencia de la madera húmeda por el encierro y tras vencer mi resistencia a internarme entre añejos retazos de lejanos recuerdos.
La vieja cadena pertenece a un antiguo reloj de nuestro abuelo Roque que fue legado a mi hermano. Enredada en sus eslabones hay una estampita de San Antonio aún en condiciones de recibir pedidos. Se apiñan en el fondo del cajón, un espejo redondo de mango negro, un alhajero vacío que encierra el secreto de algún momento mágico; los clásicos anteojos para leer asoman de su estuche con un solo vidrio sano, la factura del hotel Rivis, Bariloche, se despereza para comentar que allí alguien durmió tres noches.
La mágica danza del pasado menea sus velos y descubre recortes de una vida tranquila con las mismas dificultades comunes como muestran este blister de Melatonina o el tubo de crema antialérgica, o el frasquito vacío de Hepatalgina. También el correr del tiempo se deja ver en el breve almanaque de 1995 donde el 7 de setiembre está destacado con un marcador. Qué casualidad, hoy también es 7 de setiembre!
Y el espíritu religioso emerge de la pequeña Biblia de tapas azules marcado en el Salmo 91 que inicia diciendo: “El que habita al abrigo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente.”
Y sigo escarbando para reunir los flashes del pasado que fortalecen, ya tarde, estas débiles raíces familiares; y extraigo monedas y billetes sin valor corriente, botones caídos de alguna prenda, un cepillo de dientes con sus cerdas endurecidas y un carnet de conducir, seguramente, el último carnet  de mi hermano que está unido a un sobre cerrado y sin nombre.
Una extraña impaciencia me domina. Lo abro y lo primero que aparece es una partida de nacimiento de Jaime, sí, es su fecha de nacimiento pero su apellido no es el mío y sus padres no… ¡Jaime era adoptado!  y la fecha de esa copia dice 7 de setiembre, es decir que su accidente y su muerte, una semana después tienen su origen en esta revelación.
Hermano querido, ¡cuánto me habrás necesitado! Ahora entiendo por qué el destino me trajo precisamente hoy  a saldar esa vieja deuda de amor y a conocer esta dura verdad. 

4 comentarios:

Ana María dijo...

Una interesante historia. ¡Cuántos habrán sufrido por su propia identidad! Tu juego literario hace pensar, sentir, agradecer...
¡Bien!

estoy_viva dijo...

Pobrecito que no pudiera hablarlo, me gusta mucho como escribes ademas leyendote era como si estuviera en esa casa recordando, oliendo todos los rincones de ella.
Con cariño
Mari

Gloria dijo...

Querida Ana: Es bueno pensar que mi palabra movilice algúna emoción. Gracias
Un abrazo

Gloria dijo...

Estoy_viva: me alegra tu visita y tu comentario. Gracias
Cariños